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MUESTRAS GRATUITAS
de El ENVIADO
saga LA FLOR DE JADE

El texto que puedes leer a continuación está tomado directamente del Volumen 1 de la Saga La Flor de Jade.

 

Las ilustraciones que lo acompañan proceden de EL ENVIADO- The ArtBook.

 

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Párrafos iniciales de 'DEBE SER UN SUEÑO', Capítulo 1 El ENVIADO

El conocimiento es un camino...

El presente

nunca se habría alcanzado

si el primero entre nosotros hubiera permanecido

quieto y en silencio.

 

 

1ER CONSEJO DE LOS ARTHRAS,

Libros Sagrados de los Monjes de Avatar

 

 

Dios de la Sabiduría

​

 

ESTO DEBE SER UN SUEÑO

 

En algún lugar

1.371 I. C. -Calendario Imperial-

2.372 A. E. R. -Después de la Escisión de los Elfos-

 

 

Quizá nunca supieron cómo llegaron hasta allí...

Cómo dejaron atrás pasado, familias, amigos, identidad. Un mundo que parecía tan real. Una existencia que parecía única, encadenada a un destino prefijado de antemano y del que nunca escaparían. Quizá, nunca supieron, en realidad, cómo todo aquello simplemente se esfumó. Sin otra explicación, sin otra lógica.

Por más que lo pienso creo que nunca hallamos respuesta a esa pregunta tan sencilla: «¿Qué nos trajo allí?» «¿Qué nos arrancó de nuestra rutina, tan bien medida, tan ajustada a nuestra verdad y nos lanzó a aquel mundo hostil, salvaje y extrañamente bello a un tiempo?»

Preguntarse el «por qué» resultaba más sencillo.

Quizá, después de todo, las leyendas fuesen ciertas y, simplemente, acabásemos allí porque así había de ser. Porque existen fuerzas en el universo mucho más poderosas, demasiado complejas para nuestros análisis; que se ajustan por sí mismas y se definen a través de nuestros actos, pero que no podemos controlar.

Quizá, simplemente, debíamos de estar allí.

Hoy no puedo verlo de otra manera. Nuestra historia tuvo ese incierto comienzo. Esa misma duda que oprime a quien se lanza al camino en solitario y decide emprender la marcha, sin guía, sin ruta, sin meta.

¿Cómo llegamos a ese primer punto? ¿Cómo alcanzamos el primer peldaño de una escalera que nos conduciría a una ascensión interminable hasta nosotros mismos?

Solo dudas, solo conjeturas.

Pero, creedme cuando os diga que hoy sé que probablemente fui yo quien los trajo a todos. Y que aún queda un largo camino por recorrer antes de que esa respuesta tenga algún sentido para vosotros…

​

 

Silencio. Oscuridad. Sombras.

—¿Claudia? ¿Eres tú?

—¿Alex?

Una figura oscurecida se acercó lentamente hacia ella, apenas visible en la penumbra. Claudia la miró con gesto inexpresivo, ajena al mundo que la rodeaba.

—¿Claudia? ¿De verdad eres tú? ¿Qué haces en mi sueño?

—¿En tu sueño...?

Claudia miró lentamente a su alrededor. Le costaba procesar lo que estaba ocurriendo. Se volvió para mirar al joven y esa mirada se llenó de desconcierto. Aquella respuesta no la había convencido en absoluto.

Alex, en cambio, no mostraba ningún signo de inquietud. De hecho, parecía bastante tranquilo. Llevaba puesta su gabardina de cuero negro y una corta bufanda blanca atada al cuello. Era el mismo atuendo que había llevado horas antes.

—Quieres decir que... esto... ¿es... tu sueño? —Ella seguía sin verlo claro.

—¿Qué otra cosa puede ser?

Esta vez fue Alex quien miró a su alrededor. Se encontraban en una cueva enorme, de las que suelen aparecer en las revistas de aventuras. Era húmeda y estaba llena de formaciones calcáreas por las que discurrían hilos de agua. Muchas de estas acumulaciones parecían columnas que soportaran una estructura más pesada, demasiado distante del suelo, quizá, como para ser vista desde donde estaban. El rítmico repiqueteo de gotas de agua sobre los charcos era el único sonido que rompía el silencio y lo envolvía todo. Unos pocos haces de luz atravesaban la oscuridad como lanzas afiladas. Traspasaban la piedra colándose, tal vez, por fisuras y grietas en la distante techumbre. Proporcionaban un suave resplandor que rasgaba el manto de oscuridad, pero no daban ni siquiera una idea aproximada de las verdaderas dimensiones del lugar.

Claudia se envolvió en su propio abrazo, tratando de mantener el calor. En sus huesos podía sentir la opresiva humedad de aquella enorme gruta.

—Esto no parece... ningún sueño, Alex.

El joven sonrió ante la ingenuidad de su amiga.

—Anoche nos pasamos con la cerveza, me temo —recordó él. —Llegamos a casa bastante pedos. Hansi tuvo que ayudarme a llegar a la cama. Caí como un leño.

Pero Claudia no percibía lo mismo. Todo parecía demasiado real para ser un sueño. Aquel frío húmedo... esa sensación de vacío, de soledad ártica.

Recordaba, es cierto, haberse pasado con las copas aquella noche. Aun así, en aquel momento se sentía bastante lúcida. Se miró por enésima vez. También vestía la misma ropa de aquella tarde, después del concierto: su camisa blanca favorita, la falda vaquera corta que tanto le gustaba y un par de medias gruesas hasta casi las rodillas. Calzaba las botas de las que Alex tanto se burlaba. Estaba segura de habérselas quitado antes de acostarse.

—No pasa nada, Dia. Cuando te lo cuente mañana, seguro que nos echamos unas risas. En realidad, tú no estás aquí.

Ella lo miró una vez más.

—Te juro que estoy aquí, Alex y esto no parece un sueño. —dijo, sonando muy seria.

Posó la palma de la mano sobre una de aquellas ásperas piedras. Pudo sentir la fría capa de agua y limo que se condensaba en su superficie. Se quedó absorta, mirando fijamente su mano empapada en el líquido cristalino.

—Nunca nada me había parecido tan real... y está empezando a asustarme.

La confianza en la voz de la chica desconcertó a Alex haciéndole dudar de pronto. Su mente también luchaba por creer una situación que realmente no tenía el menor sentido para él. Y su certeza comenzaba a desvanecerse ante la reticencia a creerla de su amiga. Entonces... si aquello no era un sueño... ¿qué era? ¿Qué otra cosa podía ser aparte de un sueño? Estaba soñando, por supuesto. Su sentido común se negaba a ceder.

—Cariño, ahora me estás asustando tú a mí.

Alex estaba bastante seguro de que tanto aquel entorno aislado como la conversación con su amiga eran solo productos de su mente. Seguramente los litros de cerveza que habían bebido después del concierto eran los culpables. Eso era todo. Por la mañana se despertaría con una resaca monumental y todo iría bien.

—Chicos... Me temo que hacéis bien en asustaros —se escuchó tras ellos una voz con fuerte acento escandinavo.

Atónitos, ambos se dieron la vuelta. Desde detrás de una de las columnas calcáreas, apareció un varón alto y con la cabeza rapada. Lucía grandes bigotes de herradura rubios en su rostro cuadrado y una camiseta de tirantes ajustada dejaba ver unos músculos que sólo podían ser fruto de muchas horas de gimnasio.

—¡Hansi, ¡tú también estás aquí!

—Hace tiempo que estoy aquí, Alex. —confesó mientras salía de las sombras y se acercaba a la pareja. —El suficiente tiempo para saber que esto no es ningún sueño.

(...)

Párrafos de 'UNA ALIANZA INESPERADA', Capítulo 4 El ENVIADO

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Aquellos ojos diabólicamente brillantes intimidaban al mirarlos de frente. Apenas logré articular mi nombre. El desconocido de cabello negro suspiró profundamente antes de responderme.

—Allwënn es mi nombre. Él es Gharin —añadió, señalando a su rubio compañero. —Supongo que el resto vosotros también tendréis nombre.

Mis compañeros se sintieron inmediatamente aludidos.

—Yo soy... Hansi, pero todo el mundo me conoce como Odín —se presentó el primero de los músicos.

—Hansi, pues —asintió el de ojos brillantes.

—Yo soy Alex —dijo el segundo.

Cuando ambos fijaron sus ojos brillantes en la chica, ésta se sintió algo avasallada por sus miradas.

—Mi nombre es Clau... Claudia.

Se hizo de nuevo el silencio. Sin quererlo, todos miramos fijamente a Falo.

—¡Eh, eh, eh, eh! ¿Qué demonios es esto, un maldito interrogatorio? —Exclamó, molesto por el aluvión de miradas. A Alex le sorprendió su antipática reacción sin el menor motivo.

—Tranquilo, hombre. Sólo quieren saber tu nombre.

—¿Y quiénes son estos tíos para preguntármelo? —Falo miró desafiante a nuestros misteriosos compañeros de celda.

—Oye amigo, ¿no crees que ya nos has metido en suficientes problemas por hoy? —Intervino Hansi en tono seco.

—Vete a la mierda, calvo —replicó Falo, intuyendo las críticas veladas a su comportamiento. —Esto es un “Sálvese quien pueda".

Allwënn siguió mirando al mal educado adolescente con gesto sobrio y seco.

—¿Por qué te importa tanto, hermano? —Falo le devolvió la mirada con arrogancia.

El hombre de largo cabello negro se tomó su tiempo para responder, sin abandonar en ningún momento la intensidad de su mirada. Falo no era el único que empezó a preocuparse por ello.

—No lo hago, en absoluto. Siento haberte hecho creer que realmente me importaba saber tu nombre o quién demonios seas. —Hubo un momento de silencio. Aquellos ojos penetrantes no vacilaron. Falo sabía que esa mirada era una clara advertencia. —Y una cosa más, muchacho: no soy tu hermano, ni consentiré que me llames como tal. Si vuelves a hablarme en ese tono, te haré tragar tu propia lengua. ¿Te ha quedado lo bastante claro?

La tensión del momento fue aliviada por un elemento ajeno a ella. Una penetrante ráfaga de viento trajo claros sonidos de actividad orca.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Alex mientras se acercaba a los barrotes. No podía verse nada desde donde se encontraba situada la carreta-prisión. Sólo se oían gruñidos y golpes.

—Están acabando de acampar —respondió Gharin. —Se atiborrarán y luego dormirán como troncos durante unas horas. Nos pondremos en camino al amanecer, supongo.

—Llevan dos días sin cazar —señaló Allwënn, apoyando su espalda en los barrotes y cerrando los ojos. —Las provisiones se empiezan a agotar. Espero que no se les ocurra empezar con nosotros.

—¡¡Allwënn!! reprendió Gharin, llamándole la atención por la espantosa alusión.

—¡Dios santo, ¿pueden hacer eso?!

Claudia parecía asustada, y no era la única.

Con su larga melena negra ocultando gran parte de su rostro, el aludido ni siquiera abrió los ojos. Se limitó a sonreír, divertido por su broma macabra.

—¿Pueden? —repitió Claudia su pregunta.

—Bueno... Esperemos que no lleguen a necesitar hacerlo.

La falta de claridad en las palabras de Gharin hizo que Claudia arrugara la cara.

La ambigüedad de la respuesta no auguraba el mejor de los escenarios para ninguno de nosotros. Durante unos segundos nadie dijo nada y todo se perdió en el silencio de la noche.

 

Alex sintió la presión de unos dedos golpeando con insistencia su espalda, cerca del hombro. Al girarse, vio que Hansi le hacía señas para que se aproximara a él. Se acercó lo suficiente como para poner la oreja a escasos centímetros de la boca de su amigo. Aquel susurró.

—Quizá ellos puedan ayudarnos.

—¿Te refieres a…? ¿ellos? —Alex intentó confirmar la sugerencia de su amigo.

—¿Ves a alguien más con nosotros?

Como reflejo, sus ojos recorrieron a los desconocidos ocupantes de la celda rodante. Allwënn parecía dormitar, con la espalda apoyada en los barrotes y los brazos cruzados sobre el pecho. Gharin yacía en el lado opuesto. También tenía la espalda apoyada en el frío metal. Pero sus brillantes ojos celestes seguían estudiándonos con interés.

—¿Tenemos otra opción? ¿Qué podemos perder?

Hansi hizo un gesto al resto de nosotros para que nos uniéramos a él. Dejamos a Falo a un lado. Su actitud poco receptiva no nos servía de nada. Había dejado claro que le importábamos muy poco al delatarnos ante los orcos. Con su última muestra de chulería, había demostrado también que sólo obstaculizaría cualquier intento de relación que pudiéramos entablar con los otros dos presos. Se estaba aislando él solo, y tal vez fuera lo mejor.

Cuando todos estuvimos dispuestos a escuchar, Hansi empezó a hablar en voz baja.

—Deberíamos contarles a estos tipos cómo hemos llegado hasta aquí. Quizá puedan ayudarnos.

—Están tan atrapados aquí como nosotros —argumentó Alex, levantando sus propios grilletes. ¿de qué va a servir? No veo cómo podrían ayudarnos.

—Al menos podrían darnos alguna información. Para empezar, decirnos dónde demonios estamos. Eso ya sería decir algo —apuntó Hansi. Claudia apartó la vista de nuestras figuras y observó a los dos prisioneros. Allwënn no se había movido. Gharin seguía concentrado en nosotros como un ave de presa.

—Dudo mucho que nos crean —aseguró Alex cortante.

—¿Y por qué estás tan seguro? —Preguntó Claudia. Alex miró a su amiga, ahora sumida en las sombras de la luna.

—Porque es obvio que no lo harán —se reafirmó. Volviéndose hacia el resto de nosotros, advirtió nuestras expresiones de incertidumbre. —Pensadlo, chicos. Imaginaos que volvéis a casa y le contáis a todo el mundo que habéis estado en un lugar con un segundo sol, bestias de aspecto aterrador y tipos con ojos brillantes. ¿Creéis que alguien os tomaría en serio? Probablemente pensarían que estáis locos o drogados, ¿no? Francamente, no creo que nuestra historia vaya a resultarles más creíble a esos dos.

—En algún momento tendremos que contárselo a alguien, si esperamos ayuda. —dije tras unos segundos de silencio. Hansi me miró y luego a Alex.

—El chaval tiene razón. Tarde o temprano tendremos que decírselo a alguien, ¿no crees? Porque no creo que salgamos de esta sin ayuda.

El poderoso batería esperó la aprobación de Alex, como quien espera la luz verde de un superior.

—Vale, de acuerdo —suspiró el guitarrista, añadiendo inmediatamente una condición. —Pero lo hacemos a mi manera.

—Todo tuyo.

 

Alex se aclaró la garganta antes de dirigirse la pareja de compañeros de celda. Su nerviosismo resultaba evidente. En su mente repasaba mil maneras de romper el hielo e iniciar una conversación coherente. Ninguna parecía apropiada.

Se acercó a Gharin, el rubio de pelo rizado. Parecía más accesible para Alex que su somnoliento amigo. Lo observamos expectantes. Falo nos miraba con indiferencia, como si estuviéramos malgastando nuestra energía. Cuando Alex encontró las palabras y el valor para preguntar, comprobó que nada salía de su boca.

—Y... y... ¿cómo habéis acabado vosotros aquí? —Preguntó finalmente.

Gharin apartó la mirada un momento. Luego regresó a Alex con sus brillantes iris. Desde la otra esquina se oyó la risa ahogada de Allwënn. Cualquiera diría que la pregunta de Alex había desencadenado algún tipo de recuerdo irónico.

—Digamos que... un golpe de mala fortuna. No hace falta mucho para que te encierren hoy en día, muchacho —confesó Gharin, —Pero lo que a mí me sorprende es cómo os habéis dejado atrapar vosotros, tal y como están las cosas.

—¿Nosotros...? ¡Buena pregunta… Nosotros no somos de aquí. No sabemos qué es este lugar… —Alex pensó que lo más difícil ya había pasado. El joven de ojos azules giró la cara hacia los barrotes y miró hacia fuera. El desolado valle rojizo era ahora un prado de sombras.

—Esto es el Páramo.

—Por algo se empieza —pensó Alex.

—Una extensión desolada y sin vida. Venimos de Alas Trianum, a orillas del Dar. Supongo que cruzaremos los Yermos para llegar a Ker-Hörrston —Gharin devolvió la mirada a Alex. —No sé si habrán construido fortificaciones en estas tierras yermas. Si es así, tal vez nos dirijan hacia allí en su lugar. ¿vosotros os escondíais aquí?

No. Gharin no había entendido la verdadera intención de la pregunta del músico.

—Lo que quiero decir cuando digo que no somos de este lugar es... que no lo somos. Somos de... ¡Maldita sea! Llegamos aquí por error y...

Los ojos de Allwënn se abrieron de golpe, pero eso fue todo lo que hizo. No movió un músculo de su cuerpo para dirigirse al joven que hablaba con Gharin.

—Todo lo que está ocurriendo es un gran y maldito error, muchacho. Pero eso poco importa a quienes conducen este carro.

Alex, al igual que el resto de nosotros, incluido Gharin, miró de nuevo al sucio joven de larga melena negra. Sus ojos verdes volvían a estar escondidos bajo los párpados. Pero esta vez era a él a quien Alex se dirigió.

—No, no. No me refiero a eso. Insisto en que no pertenecemos a este lugar. Aparecimos sin saber por qué.

Allwënn entreabrió los ojos de nuevo.

—¿Aparecimos?

—¡Eso es! Aparecimos, literalmente. ¿Comprendes? Aparecer, desaparecer... Pues bien, hemos aparecido aquí. No sabemos por qué. Y sólo queremos volver.

¡Por fin! Había confesado. Lo había dicho.

—Volver… genial. ¿Volver a dónde? —Preguntó desganado el de ojos verdes.

—A casa. A nuestro mundo.

Alex se sintió ridículo diciendo aquello, y su tono dubitativo lo delató. Esta vez Allwënn se incorporó, con una expresión escéptica en el rostro.

—A vuestro... mundo—. Allwënn frunció el ceño, como si pensara que le estaban tomando el pelo. —Revisa tu dieta, muchacho. Demasiados hongos, me temo.

Gharin también parecía perplejo.

—No... No quiero que pienses que estamos locos ni nada por el estilo. Es sólo que... necesitamos ayuda.

—Sí. Mucha ayuda, y urgente, por lo que parece—. Los iris verdes de Allwënn volvieron a inundar la habitación con una mirada intensa y penetrante. Con su voz profunda y modulada, preguntó muy despacio. "¿De dónde demonios habéis salido vosotros?"

—¡Eso es lo que intento contaros, maldita sea!"

 

Allwënn miraba a Gharin con tanta intensidad como para fundir el color de sus ojos. Mucho antes de que Alex terminara de contar nuestro viaje, el recelo ya se había instalado en sus rostros. Al menos, le permitieron terminar la historia. Luego, hubo un momento de silencio. Un momento en el que todos esperábamos las primeras palabras de cualquiera de ellos.

—Bueno...  Ya conocéis todo lo demás. —concluyó Alex.

Volvieron a cruzarse miradas. Esta vez se trató de una mirada de confirmación. Primero se oyó la elegante voz del joven de pelo dorado.

—Bueno... entendemos que debéis estar muy asustados en estos momentos. Sabemos que vuestra situación no ha sido fácil. El viaje ha debido ser duro... luego la captura... Debéis estar agotados."

—¿Agotados? —Alexis se sintió ligeramente ofendido.

—Yo recomendaría un poco de descanso —sugirió rápidamente Allwënn.

—¿Descansar? ¡Maldita sea! ¡Os dije que no nos creerían! —gritó Alex enfadado, golpeando con furia los barrotes metálicos que tenía a su lado.

—Tenéis que creernos —suplicó Claudia, moviéndose desde su posición hasta situarse a escasa distancia de los dos hombres. —Sois las únicas personas con las que hemos podido hablar desde que llegamos aquí. Tenéis que ayudarnos.

Allwënn, a quien ella había acabado mirando, entornó los ojos hacia la muchacha.

—Lo siento, Alteza, pero estoy en el mismo agujero que vos —dijo, mostrando las ataduras que sujetaban sus manos. Alex la observó. Los ojos de su amiga delataban una extraña mezcla de ira y decepción.

—No te molestes, Día, no creyeron ni una palabra de lo que dije, tal y como avisé.

La chica se alejó de ellos como impulsada por una fuerza invisible. Los miró fijamente, esperando encontrar en sus rostros algún brillo delator que por fin le diera la razón a Alex. No tardaron mucho en hacerlo.

—Confiaba en que seríais más comprensivos —murmuró mientras volvía los ojos al suelo.

—¡Ya basta! ¡Basta de chiquilladas! —vociferó Allwënn con severidad, levantando los brazos atados hacia su rostro. —Vuestra historia no tiene el menor sentido. Prefiero creer en un cuento de hadas, puedes estar segura. Prefiero pensar que ha sido un delirio después de un día agotador que imaginar semejante tontería viniendo de una mente cuerda y equilibrada. A mí no me parecéis locos, aunque ése podría ser un calificativo aceptable después de lo que acabo de oír. Tal vez un grupo de personas enajenadas por el calor y el cansancio. Esa es mi conclusión. Lo tomas o lo dejas. Deberías agradecer que os dejase concluir semejante cuento de taberna.

Giró la cabeza en señal de rechazo, obligando a toda la longitud de su cabello a agitarse antes de volver a la posición de tumbado. Un gesto que pretendía zanjar el asunto.

—Entonces... no podemos esperar ninguna ayuda de vosotros, ¿verdad? —se resignó Alex con amargura, habiendo asumido su papel de portavoz. Allwënn torció el cuello para mirarlo. Como se había convertido en su costumbre, esperó unos instantes clavándole la mirada antes de responder.

—Yo no he dicho eso, muchacho —replicó, muy despacio. —Sólo he dicho que no me creo tu historia. Sácame de aquí y te ayudaré en todo lo que pueda. Te doy mi palabra.

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'LAS RAÍCES DE LA HISTORIA', Capítulo 8, El ENVIADO (Completo)

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LAS RAÍCES DE LA HISTORIA

 

Nadie sabía con exactitud dónde se levantaba aquella excavación

 

El árido Arrostänn es insondable en su vacío. Y aquel lugar en particular no era sino una insignificante mancha más en aquel asolado océano de arena infinita. Un lugar que no sería fácil de encontrar incluso si se conocía su ubicación exacta. Aquellos jinetes lo habían conseguido, pero sabían que su éxito había dependido del favor de grandes aliados.

Ellos estaban allí...

Los Aatanii: los doce Vástagos de Maldoroth, el Príncipe Desollado. Son la vanguardia de los Laäv-Aattanii, los Jinetes de Sangre, que son incontables en número. Este es su dominio. Habiendo regresado al mundo, este lugar infernal les pertenecía, con todos sus peligros.

Khänsel miró a su alrededor. Era un oasis de actividad en medio de una tierra muerta. Sus ojos buscaron a las siniestras figuras. Ninguno de ellos revelaba su presencia, pero él sabía que sus halos oscuros habitaban en algún lugar, contrarrestando las innumerables amenazas que habitaban aquella jungla de arena.

Delante de él, innumerables obreros pululaban como hormigas sobre un bosque de andamios construidos sobre la arena ardiente. Obreros sin alma, acosados por un puñado de orcos cuyos látigos no servían de nada contra esas espaldas muertas que trabajaban sin cesar. En el centro mismo de aquel hervidero, se alzaba una extraña forma. Era una cresta retorcida de piedra oscura. Como una afilada punta de lanza, se elevaba varios metros desde el abrazo de la arena, abrasada por la mirada de los gemelos, tiránica, sobre el suelo. En esta herida abierta al desierto, no parecía haber tiempo para el descanso. Miró hacia atrás, hacia la caravana a la que se había unido en un puerto libre de la escarpada costa, ahora a decenas de millas de distancia.

Una multitud de carromatos cargados de provisiones se extendía tras él como una serpiente arrastrándose por la arena. Con ellos llegaba una nueva masa de trabajadores que se tambaleaban. No eran más que cadáveres en descomposición que habían sido arrebatados de sus tumbas, o quizás más exactamente, a los que nunca se les había permitido ocupar ninguna. Dejó que los mercaderes se ocuparan de los capataces y desmontó sin más demora. Su misión allí era mucho más importante que la simple entrega de mercancías. Vadeando la maraña de trabajadores y carretillas que excavaban la arena, llegó hasta uno de los orcos que parecían estar al mando de aquella excavación. Quitándose la capa que le había protegido del viento abrasador durante su viaje, le preguntó por un nombre.

​

"¿Maese Sorom?"

El orco señaló a un grupo de figuras en una elevación del terreno. El gesto bastó para complacer al mensajero que dejó al capataz con sus órdenes y su trabajo. Apenas necesitaba que le indicasen cuál de ellos era el hombre que buscaba. Sorom sobresalía por encima de cuantos le acompañaban. Con paso cansado comenzó a caminar hacia él.

Su melena de león estaba cubierta por un turbante sucio que le protegía de la mirada abrasadora del cielo. El leónida destacaba entre los demás, incluso sin pretenderlo. Con paso fatigado, comenzó a caminar hacia él.

Antes de llegar a su altura, el impresionante félido ya lo había divisado.

—¡Ah, las provisiones. Por fin han llegado! —dijo, doblando el mapa en el que había estado trabajando con sus oficiales y volviéndose hacia el hombre que se le acercaba. —Los esperaba desde hace semanas.

—Me temo que mi presencia aquí no tiene nada que ver con sus suministros, maese Sorom—, fue su carta de presentación. El leónida frunció el ceño desde su privilegiada estatura. —Ibros Khänsel, agente de la Sociedad de Ylos. Estoy aquí a petición expresa del archiduque Velguer.

Sorom se quedó mirando la insignia en la túnica del emisario.

—Hubo un tiempo, Ibros Khänsel, en que llevar estos emblemas le habría costado la vida, —dijo, señalando las runas y los símbolos que adornaban sus vestimentas. Aquél bajó la mirada hacia sus ropas.

—Afortunadamente para todos nosotros, maestro Sorom, esa época ya forma parte de la historia.

—Oh, sí... afortunadamente para muchos, —añadió el leónida con evidente ironía.

A pesar de la inesperada visita, el félido comenzó a alejarse con la intención de atender otros asuntos. El agente de Ylos se vio obligado a seguir su paso enérgico.

—¿Y qué pretende Velguer enviándome a uno de los lacayos de su Sociedad, espiarme o asesinarme?

—No estoy aquí para nada de eso, Maese, —añadió, admirando el sarcasmo del codiciado arqueólogo. —Soy un simple emisario.

Sorom hizo una pausa, que Ibros agradeció. Seguir los pasos del gigante no era tarea sencilla.

—¿Sabes, Ibros Khänsel, lo que hemos encontrado aquí? —preguntó secamente, barriendo con su formidable brazo las vistas de la colosal excavación. —¿Sabes lo que se esconde bajo este océano de arena ardiente?

El emisario se detuvo un momento a contemplar la caótica escena y la extraña piedra puntiaguda que se retorcía decenas de metros por encima de la arena.

—No tengo la menor idea, Maese, —confesó con sinceridad. —Mi rango en la Sociedad no es tan alto como usted imagina.

—Por supuesto que no, —añadió el leónida. —Para su información, Agente, bajo este océano de arena muerta duerme un poder tal que haría temblar los cimientos de todo lo conocido. Un secreto tan bien escondido que se han necesitado cien generaciones para encontrarlo. Como comprenderá, Ibros Khänsel, soy un hombre muy ocupado. Así que, si tiene algún mensaje para mí, por favor, sea breve y permítame continuar con mi trabajo.

Comprendiendo la urgencia del leónida, el enviado se apresuró a buscar en su bolsillo el mensaje que había guardado celosamente para aquel peculiar arqueólogo.

—Mis disculpas, maese, —le dijo, entregándole una carta con el emblema personal de la Luna del Abismo. —Si sois tan amable de acompañarme a la caravana... hay algo más que el archiduque Velguer desea que tengáis.

Sorom miró con cautela el lacre sellado, preguntándose qué nueva tontería vendría esta vez de tierra firme. Con un gesto renuente, indicó a su acompañante que estaba dispuesto a seguirle hasta el tren de caravanas. Por el camino, Sorom no dudó en dar algunas órdenes a sus capataces y comprobar que el trabajo se realizaba según sus instrucciones.

​

La zona de caravanas bullía de actividad, con suministros que se descargaban y se trasladaban. Pasaron junto a la columna de nuevos trabajadores forzados, encadenados por el cuello. El leónida se detuvo un momento, estudiando la estela de cuerpos que arrastraban los pies. Mil pensamientos cruzaron su mente, pero los acalló todos. Por fin, se detuvieron ante uno de los muchos vagones que invadían la zona.

—Por favor, señor. Primero, la carta.

Sorom no sabía lo que quería decir. Sólo su gesto le convenció de que realmente esperaba que abriera y leyera el documento entregado. Lo hizo con cierta desgana. La filigrana caligráfica se extendió ante él. Como siempre, comenzaba con un largo y vacío protocolo. Estaba cansado de tanta formalidad. Pero las noticias captaron inmediatamente su atención.

"El Cónclave ha reconocido los signos del Despertar", rezaba una de las líneas, "Vuestra presencia en el continente vuelve a ser esencial. Debéis buscar al Enviado, si es que realmente existe. Se os garantizarán todos los beneficios y privilegios habituales. Vuestras prerrogativas permanecerán intactas. Como es nuestra costumbre, adelantamos una parte de vuestros honorarios."

El mensajero se había tomado la libertad de abrir el carromato mientras Sorom seguía absorto en la lectura del mensaje. Cuando el félido levantó los ojos de la página, encontró un carro con varios cofres de gran tamaño en su interior. Damas de oro llenaban sus vientres.

—Tengo órdenes de escoltarle de vuelta al continente, Maestro.

Sorom dobló con cuidado el pergamino y lo introdujo en su túnica. Miró de reojo la excavación y el trasiego que se apreciaba en ella. Después, su mirada volvió a las gruesas y brillantes monedas de oro.

Incluso agradecería alejarse de aquel calor insoportable durante un tiempo.

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Párrafos de 'SEMILLAS DE MEMORIA', Capítulo 13 de El ENVIADO

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Ante él estaba la cúpula del Culto. Aquellos hombres sin alma con rostros ocultos y túnicas rojo sangre. Aquellas voces llenas de malicia eran los últimos titiriteros. Incluso Ossrik, que había sido elegido por ellos, debía que responder ante la corte de los Tejedores del Velo.

—Parece que sois todo un experto. —Un nuevo criptor se dirigió a él, mostrando su carne cenicienta y arrugada mientras extendía las manos. —Algunos de nosotros... albergábamos... nuestras dudas...

—Pero hemos sido convencidos por la evidencia... —concluyó la segunda voz. El propietario de aquella voz se adelantó para tomar el cáliz del Sagrado con sus dedos huesudos de largas uñas y elevarlo ante su mirada velada. —Con... exquisita evidencia.

—Aunque... —Otra de las voces intervino. —Nuestras ambiciones van mucho más allá de la colección de antigüedades, señor Sorom.

Al félido le ponía nervioso no poder ver las caras de quienes se dirigían a él. Sus voces parecían diferentes tonos del mismo color. Como si fueran varias versiones de la misma persona. Todos eran idénticos en estatura y complexión, vestían de púrpura sangre y llevaban siniestras mitras veladas. Eran como la multiplicación de una misma sombra.

Sin identidad. Sin diferencia. Ninguna emoción.

—Si no sois el mejor —Advirtió un nuevo Lictor, —Sí, al menos el más caro. Vuestros honorarios no son lo que se puede llamar... "habituales"

—Tampoco lo son vuestras exigencias, Señorías.

Ossrik sonrió ante la nueva muestra de insolencia del félido. Incluso delante de los Tejedores de Velos, Sorom no podía enterrar su orgullo.

—Decidnos, Sorom... —El aura de poder de los Tejedores crecía con la resonancia de sus voces susurrantes. —¿Qué es exactamente lo que nos traéis?

—Sus Señorías lo saben muy bien —respondió Sorom con la mayor cortesía. —puesto me enviaron a buscarlo.

—Vamos... Sorom...

—Deseas impresionarnos...

—Muéstranos tus... cualidades, tus conocimientos...

—Anhelas la gloria ...

—Este es el momento... Demuestra que eres el aliado que necesitamos...

-O... desaparece...

Sabían cómo penetrar en su mente, sus deseos, en su estado de ánimo. Como si sus ojos ocultos pudieran vaciarle la mente. En realidad, Sorom deseaba revelar todo lo que sabía sobre aquel antiguo y poderoso artefacto. Por la única razón de situarse por encima de ellos. Esa cohorte malévola podría tener el poder acumulado de generaciones, pero no eran más que fanáticos. Él era el verdadero erudito, el sabio. Estaba convencido de que el Culto no tenía ni idea de la verdadera naturaleza del Cáliz de Sagrado. Que para ellos no era más que una baratija reluciente. Por un lado, quería reírse de la ignorancia de aquellos seres marchitos y pomposos. Por otro, no quería caer en una trampa. El Culto era tan escurridizo como una serpiente.

—Es una larga historia, Señorías —Explicó sin rodeos.

—¿Tiene... tiempo, Maese?

—Todo...

—El tiempo...

—del mundo...

 

No parecía haber salida. Sorom dudó un instante. No estaba seguro de cómo empezar la historia que le habían pedido que contara. El retraso también le dio tiempo para ordenar sus ideas. Su intención era seleccionar los hechos clave, los nombres y las fechas. Luego los ordenaría de forma lógica antes de presentarlos. Sería una narración mitológica. No les aburriría con detalles y explicaciones exhaustivas. Les contaría una historia a esas figuras siniestras. El cuento que querían oír. Incluso podría ser entretenido.

—Según las Sacramentias[1] el cáliz fue forjado por orden del propio Dios Jerivha. Se desconoce exactamente cómo o cuándo. No hay referencias a este hecho en ninguna otra parte. O al menos, aún no se han encontrado. —La voz del félido volvió con tono firme. Había recuperado su confianza habitual, borrando cualquier rastro de incertidumbre. —Tampoco se sabe a qué maestros se confió el trabajo. Pero debió de ser hace mucho tiempo.

Sorom hizo una pausa para comprobar la expresión del único rostro de su auditorio que permanecía imperturbable, el del pontífice Ossrik. Observaba al leónida en silencio con una mueca arrugada en el rostro. No dijo una palabra, ni se le escapó un detalle. Si hubiera habido una multitud de jóvenes aprendices presentes, no habrían prestado tanta atención a la historia como aquella lúgubres figuras.

—Como imagino que esta venerable audiencia sabe, según las cosmogonías aceptadas, Jerivha, que fue el padre de Artos, y que a su vez fue el padre de Yelm, era el Dios de la Justicia Divina en tiempos de los primeros reyes elfos. En aquellos tiempos, las líneas entre la leyenda y la realidad se difuminan para nosotros y resulta difícil delimitarlas históricamente.

Sorom empezó a sentirse tranquilo. Su discurso había conseguido derretir el enorme bloque de hielo que la suspicacia, el temor y la desconfianza que sus siniestros oyentes le habían creado. Toda la charla sobre el pasado y sus mitos pronto le hizo olvidar cualquier cosa que pudiera haberle ensombrecido. Pronto dejó de dirigirse directamente al sombrío pontífice o al solemne muro de hombres togados que formaban los Tejedores de Velos. Se paseaba lentamente de un lado a otro, mientras recordaba pasajes de las Sacramentias y los relataba a su auditorio. Sus movimientos se volvieron más fluidos y expresivos, hasta el punto de que en más de una ocasión parecía hablar consigo mismo.

—En aquellos oscuros días de la Historia —continuó. —Muchos de los siervos que habían ayudado al Príncipe Kaos en las míticas Guerras Divinas, entonces ya pasadas, seguían en libertad y eran perseguidos por los seguidores de la Luz. Maldoroth, el Príncipe Desollado, que según la leyenda fue el primero en ser seducido y recibir el Don de Kaos, pareció haber sido el más importante de los sirvientes del Príncipe Kaos. Al menos, era sin duda el más peligroso o problemático. Fue él quien probablemente causó más problemas a los gobernantes de aquellas distantes épocas.

Sorom miró al espacio, como ajeno a su siniestra audiencia. Luego se volvió teatralmente hacia su público con un brillo de excitación en los ojos.

—Fue entonces cuando Jerivha, Señor de la Justicia, Avatar del Castigo Divino, decidió intervenir en el conflicto para destruir a Maldoroth de una vez por todas y borrarlo de la faz del mundo.

Sorom sabía perfectamente que en realidad no había sido así, pero eso no importaba. Era lo que esos fanáticos ignorantes querían escuchar.

—Se dice que, fue entonces, cuando hizo forjar el cáliz bendito. Lo llamó el Sagrado.

Había una imponente resonancia en sus palabras que añadía solemnidad a su discurso. Al mismo tiempo, levantó con firmeza el brazo hacia el Cáliz, reluciente y majestuoso sobre la bandeja dorada en la que había sido colocado.

—Un cáliz sagrado. Indestructible por medios humanos. La esencia misma de la pureza. Con ella pretendía anular el poder corruptor de Maldoroth y eliminar su presencia para siempre.

El félido se detuvo un momento y miró desafiante el rostro de Ossrik. En la penumbra de la sala, Sorom no se había dado cuenta de que la expresión del rostro del Sumo Pontífice se había tensado ligeramente, temeroso de que la insolencia de Sorom fuera demasiado lejos. Pero los ojos de aquel gigantesco félido no le miraban realmente. Estaban perdidos en el espacio, perdidos en sus propios pensamientos e ideas. Sorom se relajó. Adoptó una postura mucho más tranquila. Con exquisita delicadeza, se recogió el pelo en una coleta y se envolvió en su larga capa, dispuesto a continuar.

—Para asegurar la victoria, Jerivha mandó llamar a doce paladines, doce caballeros expertos en combate. Todos hombres valientes con un alto sentido del honor. Muchos respondieron a la llamada. Eran nobles importantes, aventureros experimentados y guerreros poderosos. Incluso reyes. Eligió a doce—. La postura del Buscador de Artefactos se endureció y miró con confianza al muro espectral de Tejedores de Velos. —Algunos fueron seleccionados entre los caudillos humanos, lo que habla de la importancia de esa raza incluso en aquella época lejana. El resto procedía de entre los paladines elfos, señores del mundo en aquella época, si hemos de creer las historias. Con ellos fundó la Orden de los Caballeros de Jerivha, los jueces y ejecutores de la Ley Divina. Les entregó el Cáliz de Sagrado y les encomendó la tarea de encontrar y destruir a Maldoroth.

De nuevo se hizo el silencio.

Era un silencio profundo, impregnado de cierta tensión latente. La que se produce cuando se retrasa lo inevitable.

—Sin embargo, Maldoroth no fue asesinado, ni siquiera vencido—. La voz de Sorom se había desvanecido hasta convertirse en un leve susurro, apenas audible ahora. —De hecho, los Caballeros de Jerivha, e incluso su mentor, subestimaron el poder de este demonio primigenio. Maldoroth capturó a todos y cada uno de los héroes de Jerivha, así como el cáliz del sagrado, que pervirtió y corrompió con su sangre putrefacta. Obligó a sus cautivos a beber el mismo veneno drenado de sus venas, haciéndoles perder sus almas inmortales para siempre, convirtiéndose en paladines negros de la oscuridad. Desde entonces, se les conoce como los Doce Aatanii, los Vástagos de Maldoroth. Ahora manchado de oscuridad, el Cáliz, como los malogrados héroes, cayó al servicio del Corrupto. El arma de la luz servía ahora al enemigo. Y entonces la oscuridad envolvió la tierra.

Desde las altas cúpulas, fuera de la vista y perdidas en las sombras de lo alto, aún podía oírse el poderoso eco de las palabras de Sorom, que resonaban de pared a pared a través de las ornamentadas cámaras del santuario.

Se detuvo aquí. Sentía la garganta seca.

—Cuenta la Tradición que el propio Jerivha se puso su pesada armadura y empuñó sus armas legendarias, la Lanza y el Martillo. Salió a cazar al demonio y a las criaturas que había ayudado a crear. Pero lo único que encontró fue la muerte a manos de sus enemigos. El Culto de Jerivha dejó de existir. Sin embargo, más tarde se descubrió que había continuado en la clandestinidad, formando una orden secreta que se extendió como la pólvora por continentes, razas y pueblos. Reclutaban a lo mejor de lo mejor. Tardaron mucho tiempo en convertirse en legión. Su objetivo final era destruir a Maldoroth y sus Aatanii, y restaurar la naturaleza sagrada del Cáliz de Jerivha. Con tantos ojos y oídos trabajando en las sombras, acabaron por descubrir la guarida del demonio y le dieron caza. Lo encontraron solo, sin la feroz defensa de sus paladines oscuros para protegerlo. Doriam Fittefürghs, general de los nuevos Caballeros de Jerivha, atravesó con su lanza el pecho del demonio y le arrancó el corazón. Cuenta la leyenda que cayó al suelo y se convirtió en una piedra negra.

Sorom respiró hondo. El corazón le latía con fuerza, pero no sabía si era por la excitación o por el miedo. Tras la pausa, sus palabras salieron tranquilas y serenas.

—El cáliz no podía destruirse, pues fue diseñado para no poder ser dañado. Tampoco podía devolverse a su estado sagrado, ya que con Jerivha muerto, nadie más poseía las habilidades necesarias para hacerlo. Y sobre todo, Maldoroth no había sido destruido. Sólo había sido derrotado y sumido en un profundo letargo. Sólo el poder del Cáliz podía destruirlo. Los nuevos caballeros de Jerivha realizaron un ritual de encarcelamiento. Utilizaron el malogrado Cáliz para hacer irreversible el estado de letargo del demonio. No podía ser despertado sin la reliquia. La piedra negra tomada del propio Maldoroth se utilizó como sello, se dividió en dos mitades, lo que la hizo más fácil de asegurar y más difícil de encontrar para las huestes del demonio.

Y así es como Maldoroth permanece inactivo hasta el día de hoy.

El félido sintió un cosquilleo en la espalda. Se dio cuenta de algo inquietante. Empezó a comprender las insanas intenciones del Culto. Por todos los dioses. "¡pretenden despertar a Maldoroth!" Se dijo a sí mismo. Los ojos desorbitados del Pontífice habían adquirido el aspecto de un loco. Se clavaron en Sorom como si pudieran ver en su mente y leer lo que pensaba de ellos y de su fanatismo demoníaco en ese momento. La voz agravada y reverberante de uno de los Tejedores de Velos le sacó de sus angustiosas reflexiones.

—¿Qué pasó entonces... Sorom? —Por primera vez, el félido sintió verdadero miedo.

Tragó saliva, respiró hondo y respondió.

—Fueron tras los doce Vástagos de Maldoroth, que habían formado su propio ejército de sirvientes a los que llamaban Laäv-Aattani. Eran como malas copias de sí mismos. Durante generaciones, los discípulos armados de Jerivha persiguieron y exterminaron a estas viles creaciones del mal. Uno a uno, los propios Vástagos tuvieron un destino similar al de su maestro. Los Doce fueron encarcelados en una cámara secreta conocida como la Sala de los Doce Espejos. Con los Doce capturados y el último de los Laäv-Aattani exterminado, el círculo sagrado de los Caballeros de Jerivha se volvió para asegurar la custodia de las reliquias sagradas: el cáliz ahora maldito, los sellos que encerraban a los Doce y los fragmentos de la Piedra Negra. Se convirtieron en los paladines de la luz, los guardianes de la ortodoxia, los protectores contra todo lo que significara corrupción. Se dice que durante siglos fueron la columna vertebral del Imperio y de sus Emperadores, hasta que éstos decidieron prescindir de sus servicios. La Orden de los Paladines de Jerivha volvió a las sombras, al secretismo del que una vez brotaron. Muchos afirman que la Orden simplemente desapareció. Otros, sin embargo, creen que tal vez sigan existiendo como antaño, ocultos, protegiendo sus secretos.

Sorom calló, dejando que el eco de sus últimas palabras perdurara en la espesa atmósfera.

—Eso es todo —anunció con solemnidad tras una breve pausa.

—Eso... es todo... —repitió una voz hueca. Un eco oscuro y rancio que hablaba con una certeza aterradora. —Hasta ahora, Sr. Sorom... Hasta... ahora.

"Hasta ahora" Susurró para sí el félido de nuevo, con una tormenta de emociones arremolinándose en su mente. Estaba lleno de aprensión. Allí estaban empezando a jugar con fuego. Lord Ossrik se levantó de su elaborado trono. Sus guardias no se movieron. Sorom se quedó un momento mirando a aquel humano de respetable estatura y fuerte físico, al que el félido aún superaba ampliamente en tamaño.

—Muy bueno. Me ha gustado mucho la historia. Sois un narrador fantástico. Los niños os adorarían.

Sorom sonrió con fingida satisfacción e hizo una reverencia. Le irritaban aquellos comentarios, que no tenían otro propósito que ridiculizarlo. 'Rha también solía molestarlo con comentarios así. Pero Ossrik era quien pagaba sus honorarios, así que no tenía más remedio que sonreír y aceptar la broma con dignidad. Era el precio de ser mercenario.

—Aún no hemos terminado, Maese Sorom. —añadió el Sumo Pontífice, mientras bajaba los escalones que conducían al trono. Ahora nuestro experto debe aconsejarnos. Dinos qué se puede hacer exactamente con el cáliz, erudito.

El félido lo miró con preocupación, con la duda reflejada en sus ojos. No le había gustado el tono en el que Ossrik había pronunciado la palabra "erudito", ni tampoco la verdadera intención de la pregunta.

—Oh... no... ¡no nos malinterprete, maese! —Intervino un criptor, adivinando por dónde iban los pensamientos del félido.

—Sabemos exactamente lo que se puede hacer con el Sagrado... —aseguró otro.

—Así que intente ser elocuente, Buscador, y no omitáis ningún detalle... —advirtió un tercero.

—De lo contrario, podría hacernos... desconfiar de vos... y agriar nuestra… fructífera relación —expuso maliciosamente un nuevo Lictor.

—Debemos asegurarnos de ciertos... detalles.... Lo entendéis, ¿verdad? —concluyó el primero.

Sorom maldijo en silencio al vil clérigo y a su galería de fanáticos. Se frotó las manos y les dedicó otra sonrisa artificial antes de responder. En el fondo, estaba seguro que la reliquia era inútil, salvo como adorno para exhibir. Pero decirles eso le dejaría en una posición incómoda. Así que se puso manos a la obra para volver a complacer a su público.

—Técnicamente, es una llave.

¿Técnicamente?

 

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[1] Las Sacramentias, también conocidas como Crónicas Sacramentales, son importantes textos creados por la Orden de Jerivha. Muchos las consideran sagradas, aunque originalmente eran una recopilación de las diversas campañas de la Orden en las tierras del Arrostänn (llamadas Sacramentias, de donde toman su nombre las Crónicas). Se consideran textos internos que en algún momento se hicieron públicos. Quizá fue en ese momento cuando la Orden necesitó dotarse de una genealogía y un capítulo sobre sus orígenes, y es aquí donde aparece la leyenda de su fundación, la creación del Sagrado y el conflicto con Maldoroth.

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Párrafos de 'EL INSECTO Y LA FLOR', Capítulo 18, El ENVIADO

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—Te dije que volvería con respuestas, Ishmant. Escucha este viejo acertijo de Kâabary". El humano terminó su taza y se apoyó en la pared, dispuesto a escuchar. "Un insecto abandona su nido en busca de alimento. En su vuelo encuentra una hermosa flor con unas sabrosas gotas de néctar. El insecto vuela hacia la flor, pero cuando aterriza sobre el delicioso líquido, descubre que sus patas han quedado pegadas a las gotas de néctar. Los pétalos de la planta se cierran alrededor del insecto y la flor lo devora, sin dejar rastro. Dime... ¿Qué error ha cometido?"

Ishmant meditó la pregunta un momento. Casi había olvidado cómo ser discípulo y no maestro. Consideró detenidamente el enigma que le había planteado su visitante. Estaba seguro de que la respuesta se hallaba en las mismas líneas del acertijo.

—Se deja engañar por las apariencias. —Respondió, con cierta cautela, no muy convencido de que la respuesta fuera tan obvia. Su compañero clavó en las pupilas negras del guerrero exiliado una mirada penetrante. Luego apartó esa mirada con un suspiro. En ese momento, Ishmant supo el valor de su respuesta.

"¡Error!" —desveló el gigante en tono solemne. —Has tomado el camino fácil, amigo mío—. Se reclinó en su asiento. —Has dado la respuesta más obvia y lógica. Por eso has fracasado. Hay que buscar la solución más allá de las apariencias evidentes.

Las pupilas de Ishmant se iluminaron cuando las palabras de Rexor despertaron una idea en su mente. La respuesta era tan clara como el agua de un manantial de las tierras altas.

—Por supuesto... —reconoció. Sus ojos brillaron cuando la respuesta iluminó su rostro. —El insecto dio por sentado que una flor nunca podría hacerle daño.

Rexor bajó los ojos al suelo con apenas un atisbo de sonrisa en los labios. Casi había olvidado la altura y formación de la persona sentada frente a él.

—¡Exacto! —Exclamó, bajando su potente voz a un susurro. —¡Ese fue su gran error! Dio por sentada la naturaleza de la flor. —continuó con renovado énfasis. —No es que el insecto se dejara engañar por las apariencias. Carnívora o no, una flor sigue siendo, al fin y al cabo, una flor. Ni más diferente ni más parecida en apariencia a cualquier otra. Pensar que algo no puede suceder nunca, sólo porque parezca improbable, es el mayor error de todos. Ese pobre bichito dio por sentado que era él quien se alimentaba de las flores y no al contrario. Si le hubiéramos advertido del peligro, apuesto a que nos habría tratado con desdén. Se habría reído de nosotros. ¿Una flor que come insectos? ¿Estás seguro de que no te has emborrachado con algún vino barato de taberna? Esta confianza, comprensible y cimentada en su experiencia, será la causa de la desgracia del insecto. El insecto estaba equivocado... igual que podríamos estarlo nosotros.

Ishmant estaba seguro de saber a qué se refería su amigo con un ejemplo tan concreto, pero quería estar seguro.

—¿Qué quieres decir?

Rexor desvió un momento la mirada hacia la densa masa de libros apilados en las estanterías de la pequeña biblioteca. No era muy extensa, ciertamente, pero era evidente que estaba bien nutrida.

—Estoy seguro de que tú mismo tienes la respuesta.

Rexor se levantó del sillón que había sostenido con estoicismo su enorme cuerpo, cuyas junturas crujieron de alivio. Se irguió en toda su estatura, con la cabeza casi rozando las tablas de madera del techo. Todo a su alrededor pareció encogerse, como subyugado por su imponente presencia física. Pasó junto a Ishmant y se acercó a las estanterías de madera, gastadas y polvorientas. Examinó detenidamente los libros, tomos y pergaminos que tenía delante, como si estuvieran esperando pacientemente que una mano abriera sus páginas y los liberara de la soledad y el olvido que les habían impuesto durante tanto tiempo. Tras un rato de búsqueda, acabó sacando un viejo volumen de cubierta azul oscuro. Su examen pasó las páginas rápidamente, como si supiera qué encontrar y dónde encontrarlo. Con una espontánea expresión de satisfacción, el dedo del gigante se detuvo en una de aquellas páginas amarillentas. Se acercó de nuevo a Ishmant, sin apartar los ojos del texto.

—Aquí está —anunció, señalando con el dedo un fragmento de texto, enfundado en el cuero negro de su guante. «Tiempos de guerra vendrán; sones de batalla... Largas horas, días de coraje, eterna la Noche. Momentos de encuentros, vendrán; espadas sin vainas... Una, hirviente, como la hoja del acero en la forja; un millar, sedientas de sangre... Una docena con la luz de la esperanza y una más... de los Hombres[1]» —Ishmant escuchaba con atención el fragmento que ya conocía, en la sonora voz de su amigo. A la vez refrescaba su memoria buscando la continuación, tratando de evocar los siguientes versos; sin duda perdidos en su recuerdo—. «Desde más allá, ha de llegar. Desde más allá del recuerdo y del olvido... desde más allá, vendrá; junto a los Dioses y de los Dioses... Alza la sangre que le da nombre y ruge al cielo, el Despertado: ¡Vhärs Ahelhà üth wêlla aloe[2]!» —Los labios de Ishmant repitieron sin voz la última frase. Ahora recordaba a la perfección el extracto seleccionado.

La luz parpadeante del hogar hizo bailar las sombras, sus siluetas oscuras saltando y moviéndose al capricho de las llamas crepitantes.

—¿Y cuál es nuestro papel en esta historia? —Preguntó Ishmant. —Si fuera cierto. Si hemos de creer al filósofo, despertará con sangre divina. No nos necesita".

Las palabras de Ishmant fueron como la punta afilada de una lanza clavada en lo más profundo, buscando un fallo en su armadura. Otra prueba para ver si el Guardián del Conocimiento era realmente maestro de su arte. Rexor volvió tranquilamente a su silla.

—Cometemos el segundo error: el error del discípulo. Elegimos el camino más fácil y lógico. Según Heliocario, Arckannoreth dejó entender que sería el propio Alehà quien despertaría. Y que lo haría en forma humana. Todos, incluido el propio Heliocario, daban por sentado que despertaría consciente de ser y de su naturaleza y propósito. ¿Quién dice que tenga que ser así? ¿Y si el despertar es un proceso? ¿Y si tiene que encontrar una forma, o alguien, quizá nosotros, que le muestre su naturaleza? Esto nos lleva al tercer error: el error del insecto. Suponíamos que el Despertado nacería aquí. ¿Dónde más podría ser? Que tendría sangre humana como la tuya en sus venas. Que sería un elegido. Pero no lo es. Debemos asumir lo improbable, incluso lo imposible. No es un elegido. En realidad, es un Enviado. ′De más allá ha de venir. De más allá vendrá.′ Reza los salmos.

—¿Enviado?, preguntó Ishmant expectante.

—Traído, tal vez convocado. Desde de los dioses y junto a los dioses para cumplir un destino. Sé que los versos suenan extraños, pero pueden ser una señal de que estamos buscando en el lugar equivocado. El Séptimo, si es real, procede de otro lugar. Quizá de otra realidad o plano de existencia. No me pidas que sea más específico. Estoy haciendo un esfuerzo sin precedentes para abrir mi mente a signos míticos que nunca antes había tomado en serio."

—¿Estás hablando de un hechizo mágico, Rexor?. —Ishmant dudaba seriamente de esa posibilidad.

—La magia debe estar implicada de algún modo. Según Heliocario, Arckannoreth presentó el despertar del Séptimo como un deseo de los dioses. ¿Podría interpretarse ese deseo como un hechizo? Un hechizo o acontecimiento mágico lo suficientemente poderoso como para ser sentido Desde los Pilares del Astado al Reino Escinto/ Desde las Soledades de Hielo hasta el Mar de Arenas/ Y más allá de todas las coordenadas y más allá.[3].

Por la expresión de su rostro, era evidente que Ishmant seguía mostrándose escéptico al respecto.

—Esa podría ser una explicación razonable para el desgarro y la discordancia en el Sudario —afirmó Ishmant enarcando una ceja. —Desde luego, me cuesta creer que pueda ser obra de simples mortales. La sugerencia de un hechizo de los dioses podría tener sentido... si los dioses realmente existieran... Soy Clerianno, Rexor. Los Clerianno creemos que los dioses son meras construcciones mentales colectivas, nada más. No existen como entidades reales. Y me cuesta admitir que entidades que en realidad no existen hayan podido influir en nuestra realidad.

—No podría estar más de acuerdo contigo en este punto. Tengo que hacer el mismo esfuerzo para creerlo. —El académico admitió con sinceridad. —Pero es la base de mi argumento. ¿Y si estuviéramos equivocados? ¿Y si mucho de lo que pensábamos que era una fábula existe realmente? Hay pruebas tangibles. Los Levatannii son reales. Están ahí fuera. Se pueden ver y tocar. Así que el resto de los mitos que los rodean podrían ser ciertos de alguna manera. Si uno de los mitos resulta ser cierto, ¿qué impide que los otros también lo sean? Ahora los hilos y cuerdas de cada capa del Sudario han vibrado, Ishmant. La energía mágica en el tejido místico que mantiene el mundo unido se ha alterado. Lo que sea que la haya alterado es de naturaleza mágica. Debe ser un hechizo, aunque no haya hechicero.

Rexor se frotó los ojos con cansancio. Había un atisbo de frustración en su lenguaje corporal.

—Soy el Guardián del Conocimiento, Venerable. —Confesó con firmeza. —Mi formación y mi rango me acercan mucho más a la visión del mundo de los Cleriannos que a la mitología panteísta. Sabes que no soy un devoto creyente. Nunca lo he sido. Pero por más que intento encontrar una explicación racional a estos textos crípticos, sólo puedo interpretarlos desde un punto de vista mitológico. Según Heliocario, Arckannoreth habla claramente de signos y presagios que precederían al Despertar. He seguido los Enigmas y podrían haber ocurrido ya. La discordancia en el Sudario sería la prueba definitiva de su exactitud profética. Nuestra incapacidad para encontrarle una lógica racional es precisamente lo que la hace aún más firme y sólida. Sé que estoy traicionando todo lo que defiendo al decir esto, pero... ¿y si los dioses realmente enviaron de algún modo al Séptimo de Misal? O lo que es más importante, ¿y si realmente existe un Enviado? ...independientemente de quién sea el responsable de su llegada. ¿No valdría la pena seguir esa pista, por muy descabellada que tal posibilidad pueda parecer a nuestras mentes racionales...? En nuestra situación, derrotados y sin nada que perder... si hay algo o alguien ahí fuera que pueda cambiar las tornas a nuestro favor, ¿no merece la pena intentar encontrarlo?

Ishmant pensó un momento.

—De acuerdo —El monje exiliado suspiró, claramente aún no completamente convencido. —Pongamos nuestra fe en las profecías de antaño. ¿Qué sugieres que hagamos a continuación?"

 

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[1] El vocablo original, H’assiq, matiza el carácter de hombre como raza, diferenciándola de otras razas dominantes como podían ser V’assalí (Elfos) o H’tussas (Enanos) por citar algunas.

[2] Al-Vasita Arcano, de la primera Época: En la mitología Elfa, palabras atribuidas a Aleha, el 7º de los Vhärs de Misal, en el momento en el que aquél le otorga la misión de combatir la Oscuridad. Significan literalmente «El Advenimiento (El Despertar) se ha cumplido conmigo».

[3]Op Cit. Vyldgünd de Arckannoreth. Cuarto Cántico, Tercer Salmo.

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FIN DE LAS MUESTRAS GRATUITAS
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